Este es un cuento viejísimo (del 2007, tenía 16 años) pero lo quiero publicar porque fue un desafío. Durante una exposición de historietas, un amigo me dijo "bueno, yo te hago un dibujo, pero vos escribime algo mientras", y otro amigo aclaró "dale, y que empiece con la frase 'fui a comprar una gaseosa y me atendió un mono' ". Así que, no dudé en poner manos a la obra y escribir esto que (pese a ser medio malo) no deja de ser divertido. Además, lo escribí en media hora como mucho, sin corregir ni volver atrás, así que, un lindo handicap tiene. Ahí va:




Para Néstor

   Fui a comprar una gaseosa y me atendió un mono. Al principio no sabía que hacer, creí que era una broma.
­­   –¡Nada que ver! –Me contestó de inmediato.
   –Yo sé... –Siguió su relato el mono –...Usted me ve, tan bajito... tan peludo... Pero no fui siempre así. Verá, yo trabajaba en una veterinaria, vendía mascotas; mi local estaba allá por Corrientes al 3000, capaz pasó alguna vez por allí...
   –Si, si...conozco el local... –Mentí descaradamente.
   –Bueno, ahí fue donde todo empezó.
   >>Yo había perdido contacto con el distribuidor que me conseguía los animales y los alimentos. Al principio, cuando él desapareció, no me preocupé, todavía me quedaban más mascotas. Pero a medida que las iba vendiendo empecé a pensar sobre mi futuro. Busque por todas partes a alguien que me vendiera animales, y no encontraba por ningún lado. Finalmente me recomendaron a un hombre, me dijeron que podía llegar a ayudarme. No me inspiraba confianza la oferta, pero realmente estaba desesperado, así que no tuve opción y lo llamé. Se presentó en mi casa totalmente vestido de negro, con un largo sobretodo y varios cinturones en la cintura y un rarísimo sombrero le tapaba la cara, llena de cicatrices. Los precios eran buenos, las cosas que me ofrecía, mejores. Accedí.
   >>A la semana empezaron a llegar a mi casa cajas y cajas de extraños especimenes, frascos con raras plantas y cosas que supuse era comida para animales. Éstos parecían simpáticos cuando los mirabas por un rato largo. A la larga los fui vendiendo a todos, excepto a un pequeño mono al que todos rehuían y al que yo le había tomado un especial cariño. Al final decidí llevármelo a mi casa.
   >>El pequeño monito era fácilmente adaptable a cualquier ambiente, y enseguida se acostumbró a mi hogar. El único problema que poseía era la comida, extremadamente cara y que además venía en raciones muy escasas. Aún así, me había encariñado demasiado con este pequeñito peludo como para abandonarlo o venderlo. Ahorré juntando casi todo lo que ganaba con el negocio y compré una gran cantidad de la comida del pequeño mono. No era difícil dividir la comida por los días, es más, el mismo mono lo hacía. Era sorprendente la inteligencia que ostentaba. Muchas veces me impactaba la forma en que se manejaba con los artefactos de mi casa… Ahora creo que entiendo porque era eso… Quizás ahora nos parecemos un poco…
   >>En fin, un día me di cuanta de que había gastado todo mi dinero en la comida para el mono, y estaba muy hambriento, por lo que decidí comer de las galletas que comía el simio. ¡Eran tan ricas! Simplemente exquisitas. Comí otra y otra… hasta que me comí absolutamente todas las que tenía. Me sentía cansado… Con esfuerzo me acerqué prácticamente gateando a la cama y dormí, por lo que luego descubrí, fueron 3 días seguidos.
   >>Cuando me levanté me sentía extraño, no me sentía yo. Me alcé y me colgué del lavatorio del baño, y me asome al espejo. Mis ojos no concebían lo que estaban viendo.
¡Yo mismo me había convertido en mono!
   >>Al principio me desesperé, no sabía que hacer, pero ahora ya estoy acostumbrado, es lo mismo que antes, Es más, le he encontrado muchas ventajas a esto, puedo colarme en el cine por ejemplo…

   El mono frente a mí me miró cómplice, o al menos todo lo cómplice que puede mirarte un mono.
   –A todo esto, no me presenté –dijo de pronto. –Me llamo Rodolfo César Delgado, mucho gusto.
­   –Encantado, Néstor Cóceres soy… –dije incómodamente.
   –Un gusto, son dos pesos por la gaseosa.
   Pagué y salí del negocio.
   “Las historias que hay que oír…” pensé, y enseguida me dirigí hacia mi trabajo.



FIN