-Se acercan -Dijo.
   -Ya es hora -Contestó el otro.
   Una figura salió de entre las sombras. Tenía una forma vagamente humana, pero no hacía falta mirarlo con demasiado detenimiento para percatarse de que en realidad se trataba de  un cánido. Su cuerpo blanquecino estaba completamente cubierto de un espeso pelaje, diseñado evidentemente para climas más fríos que en el que se encontraban. Tenía una cabeza semejante a la de un lobo, con unos ojos amarillentos que denotaban su fiereza, aunque ahora se encontraban llenos de inseguridad. Era, al igual que el otro, lo que en ese extenso continente se llamaba calirio.
   El primero lanzó un suspiro:
   -¿Estás seguro de que quieres hacer esto, Rheck?
   Kalén miraba perturbado a la figura a su lado, aún sumida en la oscuridad. Al inicio del viaje había estado convencido de su deber, pero ahora hacía varios días que estaba siendo asediado por los nervios. Su compañero, en cambio, parecía muy seguro de lo que estaban por hacer. Quizá los años que Rheck tenía más que el otro lo habían vuelto más duro, más dispuesto a afrontar cualquier situación que se le interpusiera en su camino. Kalén tenía, pese al explícito silencio del otro, la certeza de que las cosas que éste había visto durante la guerra lo habían marcado. Ahora haría todo lo posible para cumplir con esta misión.
   -No hay otra opción, depende de nosotros.
   Pero no era una respuesta. Sus ojos no apuntaban a su acompañante, sino que estaban fijos en la caravana que avanzaba lentamente varios metros bajo sus zarpas, al pie de la pequeña montaña, con dirección a las oscuras tierras de Kuma.
   Y saltaron.
   Cayeron en la base del risco donde se encontraban, cerca de una pequeña carreta, arrastrada por soldados enemigos.
   -¡Ahí están, atrápenlos!
   Sosteniendo con fuerza sus espadas, los dos guerreros arremetieron contra sus recién aparecidos contrincantes. Peleaban muy bien juntos. Mientras Rheck le profería un fuerte espadazo a dos calirios, el otro se las ingeniaba para esquivar los golpes del grupo que lo rodeaba y confundirlos lo suficiente para dirigirles un hechizo o dejárselos a Rheck para que éste los derribase. Pero tan concentrados estaban en la lucha que no repararon en los fuertes ruidos a pisadas que producía otro montón que se acercaba a ellos por la espalda, usando un hechizo de invisibilidad. Antes de que pudieran siquiera reaccionar, el nuevo grupo cayó sobre ellos. Kalén, tal vez por ser más joven, pudo escapar fácilmente, pero Rheck fue capturado.
   -¡Vete Kalén, déjame aquí!
   Éste, haciendo caso omiso a la orden, agudizó el oído para percibir la ubicación de los recién llegados, sabiendo que solo debería asestarle un golpe o un hechizo a uno de ellos para volverlos visibles a todos. Pero cuando se dirigió a uno de ellos, recibió el fuerte impacto de varios chorros de energía desde distintos lugares alrededor suyo. Él creía haber localizado a todos los soldados enemigos, pero evidentemente (y se había dado cuenta de la peor manera) no era así. ¿Cuántos había realmente?
   -¡No seas tonto y huye mientras puedas!
   La voz de Rheck se oyó por sobre el tumulto invisible. Pese a que odiaba tener que abandonar a su compañero, Kalén decidió que no tenía más opción, así que dio un gran salto y escapó, corrió por entre los árboles, esquivando los haces de luz hasta que no pudo más. Cayó pesadamente al suelo y muy enojado, lo golpeó con el puño. Ya estaba cansado, esta guerra estaba durando mucho tiempo, además, no entendía como podían estar luchando contra otros seres de su misma especie. Pero ahora lo importante era idear un plan y volver por Rheck. Tenía que rescatarlo, lo necesitaba para lograr su cometido, la misión que los había llevado hasta allí. Eran los únicos sobrevivientes del ejército de hechiceros que había sido convocado años atrás, cuando el emperador de Kuma había mostrado su interés en el artefacto que ahora ellos dos buscaban. En realidad, nadie sabía cuáles eran las verdaderas intenciones del emperador; es más, nadie conocía siquiera su apariencia, pues él solo dejaba acercarse a su castillo a quienes estaban autorizados. Era comprensible, ya que en el pasado los calirios habían dominado casi todo el continente, pero con el avance de otras razas, quedaron agrupados en solo dos reinos, Kuma y Shing. Y ser desconfiado significaba asegurarse su reinado.
   Kalén se puso en camino. Ahora la caravana estaba lejos, puesto que había perdido tiempo urdiendo un plan. Finalmente, luego de una travesía por el bosque, la alcanzó. Debía apurarse, no faltaba mucho para que llegase a la ciudad, y si no robaban el objeto que habían ido a buscar antes de que eso pasara, con seguridad habrían fallado. Corriendo muy silenciosamente y por las sombras, llegó al carro donde debía estar cautivo Rheck. Fue acercándose lentamente a la jaula del prisionero. Era difícil moverse por las sombras siendo totalmente blanco. Podría haber lanzado un hechizo de invisibilidad, pero sabía que le convenía guardar fuerzas por si se desataba una pelea. Llegó sin problemas, ni siquiera se gastó en golpear los barrotes con su espada, pues sabía que tenían un escudo mágico, lo sentía. Se preparó para lanzar un conjuro, cuando un centinela lo descubrió.
   -¡Nos atacan, nos atacan! -Gritó.
   Varios de los soldados que por allí se encontraban se acercaron y desenfundaron las espadas, listos para embestir.
   Kalén lanzó un suspiro. Miró a los soldados, a sus manos, que aún apuntaban a los barrotes, al carro donde se encontraba Rheck y de nuevo a los soldados.
   -Oh, bien... -Fue lo último que alcanzó a decir antes de lanzarse contra ellos.


                                    ***

   -Perímetro revisado, no hay registros de magia negra.
   El sol ya brillaba en Suluu, en el extremo oriental del continente, donde nada se sabía sobre guerreros calirios o emperadores recelosos. Suluu era un lugar tranquilo, uno de los mayores reinos gobernados principalmente por humanos, y donde éstos, para variar, vivían en armonía con otras criaturas mágicas. Es más, era la única región donde se aplicaba una pseudo democracia entre distintas especies; así, luego del rey, el resto de los cargos de aquella región podían ser ocupados por humanos, grifos, dragones, o cualquier especie de suficiente inteligencia. La vida se llevaba bien en esa zona de grandes y modernas ciudades;  y aquel día, como era costumbre, el comandante Gilf se encontraba haciendo su ronda matutina en busca de magia prohibida o cosas semejantes. Como no había encontrado nada, daba por finalizada su tarea, por lo que se dispuso a volver al cuartel; no sin antes hacer gala de sus habilidades en el vuelo haciendo un par de piruetas. Esa era la razón por la que era comandante, alguien como él podía tener el cargo que quisiese, sin embargo, a él le gustaba la acción. Siendo gobernante, por ejemplo, se limitaría a quedarse encerrado dando órdenes, sin nunca tomar partido directamente en las disputas. Ya cuando iba a aterrizar, escuchó una vocecita en su cabeza que lo llamaba.
   -¡Señor, comandante Gilf, responda!
   -¿Qué sucede?
   -¡Hemos encontrado... un espía! -El hombre parecía muy agitado -Un espía... ¡de Falá!
   El archipiélago de Falá es la zona más occidental del continente Drekar, y es también llamado "La Flama del Dragón", por la gran actividad volcánica de las islas. Todos sus habitantes son resistentes al calor: trols, ogros, golems y dragones de lava, entre los cuales se hallaba su tiránico emperador. Todos seres poderosos y de poco sentido del humor; a Gilf no le agradaba la idea de tener uno cerca, y mucho menos como enemigo. En poco tiempo se encontró sobrevolando el Cuartel General de Defensa de Suluu. Aterrizó e inmediatamente se transformó a una forma humanoide. Varios de los soldados o cabos allí presentes se quedaron mirándolo boquiabiertos. No conocían a Gilf.
   Gilf medía unos dos metros, tenía cabeza de pájaro y una abundante melena cubría sus hombros, herencia paterna. Los brazos eran como los de los humanos, pero terminaban en unas poderosas garras de halcón, con uñas retráctiles. Insólitamente, poseía patas y cola de tigre, y unas grandes alas. Era un grifo, pero no un grifo común, no, él era especial y lo sabía. Era, en realidad, una cruza entre un grifo macho y una tigresa, y eso le daba cierta superioridad, además de otorgarle algunas otras habilidades, aun así, le traía aparejadas algunas desventajas. Cuando se enfurece su lado salvaje se descontrola y despierta su bestia interior, y en ese estado es capaz de hacer cualquier cosa, como ya había comprobado muchas veces en el pasado.
   Sin dudar se dirigió a los calabozos, donde estaba el espía. Había varios guardias delante y a los costados del encapuchado prisionero; lo estaban interrogando. En cuanto lo vieron entrar, los guardias se movieron y le quitaron la capucha. Los ojos de Gilf se llevaron una gran sorpresa. Era un calirio. ¿Calirios y dragones de lava? ¿Aliados? Esto era nuevo. Por el color del pelaje debía ser de Kuma, pues es más oscuro que el de sus hermanos de Shing.
   -¿Pudieron obtener algún dato?
   -No, nada más aparte de su procedencia, se niega a hablar. Dice que preferiría morir a traicionar a su señor.
   -¿Su señor? ¿El emperador de Kuma? ¡JA! Parece que al fin se despertó de su "hibernación" -Dijo Gilf en tono burlón, para probar a ver si provocándolo podía obtener algún dato de utilidad. Hacía años que no se sabía nada del misterioso gobernante; nada desde su antigua campaña para encontrar un extraño objeto de naturaleza desconocida, pero que se sabía encarnaba un gran poder. Se decía que aun estaba en su búsqueda, pero las comunicaciones de un reino a otro se habían vuelto escasas desde hacía unos años.
   -¡No te rías de mi señor! ¡Él podría hacerte pedazos con los ojos cerrados!
   -Eso lo dudo -Contestó el comandante con frialdad. Tenía ganas de mostrarle al otro su poder, pero se contuvo. No podía permitirse bajar a su nivel.
   -Ahora bien -Gilf no quería perder más tiempo -¿Qué hacías en estas tierras?
   -Lo único que voy a decir... -Empezó el calirio -...es que más vale se preparen. ¡Tu, grifo traidor, gobernado por un humano! ¡Rodeado por ellos! ¡Debería darte vergüenza! ¿Cómo es que no estás en Monuma con los tuyos?
   A Gilf se le erizaron los pelos de la melena y sacó casi sin querer las garras.
   -¡¡Perro estúpido!! ¿Cómo te atreves a decirme traidor? ¡Te voy a hacer tragar esas palabras!
   -No voy a darte ese gusto- Respondió el calirio con desprecio, y antes de que cualquiera de los que estaba en esa sala pudiera reaccionar, soltó uno de los brazos de las ataduras que los guardas le habían impuesto y se cortó el cuello con sus garras. No fue un espectáculo muy agradable, sobre todo para aquellos que nunca habían estado en la guerra, y por lo tanto, no estaban acostumbrados a ver morir a alguien frente a sus ojos. Gilf lanzó un bufido y le ordenó a los guardas que limpiaran el desastre que el calirio había dejado en el lugar. Se retiró del calabozo y fue hasta su oficina donde se encerró a pensar.
   Maldito calirio, maldita gente! ¿Por qué todo el mundo se las ingeniaba para no dejarlo superar un pasado que tanto lo había atormentado? Al llegar a este reino lo único que había buscado era empezar una vida nueva, huir de sus recuerdos, pero aun así seguía habiendo personas que no hacían más que recordárselos, por mucho que quisiese escapar. Aun podía ver el rostro enfurecido de su padre esa noche, luego de golpear a su madre, hecho que despertó ese lado salvaje que Gilf juró nunca más volver a mostrar. Los sucesos de ahí en adelante se vuelven borrosos, con pensamientos confusos y visiones teñidas del color rojo de la sangre. La acción siguió con una lucha encarnizada contra su padre, en la que se ganó una cicatriz que cruza su ojo derecho; y que por suerte no le ha quitado la visión del mismo. Fue luego de esto que se produjo todo. Empezó justo luego de este momento la sucesión de hechos que marcarían a fuego la vida de Gilf. Furibundo y lastimado atacó a su padre con una fuerza que no sabía que tenía y le causó una herida que luego provocó su muerte. Por supuesto nadie entendió las razones de Gilf, y consideraron que había sido un arrebato sin razón,  y fue desterrado sin piedad, por ser un salvaje, un mestizo. Todavía cuando cerraba los ojos podía escuchar las voces de los de su pueblo, los que antes había considerado sus amigos, insultándolo, gritándole en la cara la dura realidad, que él no pertenecía allí y nunca lo había hecho. Que él no pertenecía a ningún lado.
   Ahora él se sentía a gusto, había encontrado un lugar donde vivir, donde no era excluido, donde sentía que encajaba. Por eso le daba tanto odio cuando las personas le hacían recordar lo que él era en realidad: un híbrido.
   Mas ahora necesitaba concentrarse en lo que acontecía. ¿Qué demonios hacía un calirio trabajando al servicio del emperador de Falá? Y lo más importante, ¿qué hacía espiando Suluu? "Los humanos no son gran cosa", pensaba Gilf; entonces, ¿Qué motivos tendría para andar husmeando? Tenía que informar a su majestad Retgh de esto. Y según sus órdenes, salir a investigar.