Pero no para todos el día comenzó tan agitadamente. Bueno... casi.
   Era una mañana apacible como casi todas en Sag, el sol brillaba con intensidad y una suave brisa se colaba por entre los árboles como si danzase con las ninfas del bosque. Un grupo de elfos practicaba arquería en un claro entre los robles, al límite con el pueblo. Entre éstos se encontraba Mikal, un joven y bello elfo campeón de arquería que en el transcurso de la mañana (y de los últimos años) había disparado numerosas veces al blanco sin errarle jamás. Sus ojos, su mente y su corazón se concentraban en cada flecha y se regocijaban mientras esta surcaba el espacio, cortando suave pero decididamente el aire a su paso. Pero esta vez algo pasó, algo que Mikal no hubiera podido haber previsto, algo que en su ensimismamiento no pudo evitar percibir. Un dulce aroma a rosas como el que él nunca había sentido antes invadió sus pulmones y obnubiló todos sus sentidos. Esta vez la flecha no solo no dio en el blanco, sino que por poco le da en la cabeza a un elfo que por allí pasaba. Con gran nerviosismo y sintiendo como la adrenalina corría por sus venas, comenzó a buscar la procedencia de tan exótica y atrapante fragancia. No le fue muy difícil encontrarla. Una hermosa elfa paseaba por el jardín a sus espaldas y Mikal no necesitó más que verla ondear su larga cabellera en el viento para darse cuenta que su vida de allí en adelante ya no sería la misma.
   Sin dudarlo dos veces, comenzó a acercarse a la joven, maquinando a cada paso que daba, una estrategia para impresionarla. Para su sorpresa, se dio cuenta de que la joven se dirigía hacia donde estaba él, así que tratando de parecer interesante, murmuró un "hola". Mas la joven no se percató de su presencia, y siguió de largo dejando al contrariado Mikal con las palabras en los labios y una buena cara de idiota. Éste no se iba a rendir tan fácilmente, así que se acercó de nuevo a la elfa, que ya sostenía un arco y una flecha, dispuesta a disparar.
   -¿Quieres que te enseñe? -Intentó esta vez.
   -No, gracias -Musitó la bella elfa con soltura y una sonrisa acorde a sus perfectas facciones. Acto seguido, tensó la cuerda del arco y disparó una certera flecha, que fue a dar al medio del blanco donde hasta hacía instantes había estado practicando Mikal, partiendo su flecha al medio. El campeón, ahora vencido, no pudo ocultar su asombro. La hazaña había sido magnífica, nunca había visto algo así.
   -Eso... fue... fantástico...
   -Gracias -dijo la arquera con suficiencia, pero siempre con esa hipnotizante sonrisa en el rostro. Seguida de cerca por la mirada absorta de Mikal, dejó el arco en su lugar y se dispuso a retirarse de allí.
   -¡Espera! -Exclamó éste de pronto. La elfa se dio vuelta para mirarlo de forma altanera.
   -Al menos dime tu nombre...
   -Kyrah. -Contestó ésta y simplemente se marchó, dejando al anonadado Mikal parado en el campo de tiro, más confundido que ninguna otra vez es su vida.


                                    ***
 

   La espada pasó silbando por sobre su cabeza, y Kalén agradeció haber reaccionado a tiempo, o ya no tendría orejas. Los soldados que lo atacaban esta vez tenían mucha menos experiencia que los que los habían acosado a él y a Rheck hacía unos momentos. Ese escuadrón invisible que los había asediado era sin dudas la elite de la armada del emperador de Kuma. Kalén tenía esperanzas de que esos soldados no volvieran  a aparecer, ya que solo no tendría ninguna oportunidad contra ellos.
   -¡Dales con todo, antes de que alguno alerte a los otros! -Gritó Rheck desde la jaula. Y eso hizo Kalén. Acercó las manos, palma con palma a la altura de su pecho, murmurando palabras en Gensho, el idioma antiguo de los calirios provenientes de Shing. Cuando hubo terminado de recitar, sus manos ya brillaban con intensidad, y separándolas de golpe, creo una fuerte ola expansiva que destrozó tanto a los soldados como a los barrotes de la jaula que aprisionaba a su compañero.
   -Deberías ser más cuidadoso la próxima vez, podrías haberme matado a mí también con ese conjuro, ¿sabías?
   -No me sermonees Rheck, tengo todo calculado, esas jaulas suelen tener una protección especial, sino podrías haberte salido tu solo de allí.
   -Sí, pero, ¿Y si ésta no estaba protegida?
   -Bueno... Supongo que ahora estarías un poco más negro y chamuscado, ¿no?
   -No le veo la gracia. -Repuso Rheck, ante la sonrisa irónica de su acompañante. -Nos retrasamos mucho, debemos ir a buscar ese maldito objeto así nos largamos de aquí cuanto antes, este olor a excrementos que hay en torno a estas carretas me está atrofiando el olfato.
   Antes de seguir avanzando, decidieron que no era conveniente arriesgarse a que los volvieran a sorprender por la espalda, así que realizaron un conjuro de invisibilidad en conjunto. Esto les permitía ahorrar fuerzas a ambos, y les daba la capacidad de verse mutuamente, pero corrían el riesgo de que si lo descubrían a uno el otro también se vería excluido de la protección del hechizo. Se fueron aproximando cuidadosamente al carro principal de la caravana, donde seguramente estaría el objeto que tanto ansiaban conseguir, por el que ya tanta sangre había corrido. Como era de esperarse, el lugar estaba atestado de soldados, tanto calirios como un par de trols, que ni Rheck ni Kalén tenían la menor idea de lo que hacían allí.
   -Creo que acabamos de averiguar la procedencia de ese olor que decías, Rheck.
   -¿Cómo es que no los notamos antes?
   -No había pensado en eso...
   Deberían haberlos visto. Hacía tiempo que seguían la caravana, habían espiado todos sus movimientos y un trol es algo que no pasa fácilmente inadvertido. Pero ese no era momento para pensamientos profundos, debían actuar. El carro no era más que una carroza algo más sofisticada que el resto, con un par de molduras en el techo, y de un fuerte color azabache, el color distintivo del reino de Kuma. Fuera de esto, era una carroza de lo más común. En apariencia. Era evidente que estaba protegida por poderosos conjuros; claro que solo dos hechiceros de antaño como aquellos dos lobizones podrían darse cuenta. Precisarían grandes cantidades de energía para poder romper las mágicas defensas. De modo que alejándose todo lo necesario para no ser detectados, reunieron las manos y empezaron a formular juntos el conjuro. 
   Generalmente un hechicero mantiene los ojos cerrados en este rito, para una óptima  concentración, pero los años habían hecho que Rheck se acostumbrase a mantenerlos abiertos, siempre alerta. Y así fue como lo vio. No era alguien... más bien era algo. Una especie de deformación en el espacio, como la ilusión que se produce cerca de una fuente de extremo calor. Aunque esto era más que solo aire en movimiento. Allí había algo, aunque no pudiese sentir su presencia con claridad. Evidentemente, el hechizo para volverse invisible que esa criatura (o lo que fuese) estaba utilizando se había acoplado ligeramente al de ellos dos, por eso podía verlo de manera sutil. Sin embargo, la cosa no parecía haberse dado cuenta de que había sido descubierta. Ni siquiera pareció notarlo cuando Rheck susurró un clarísimo "¡Kalén, mira eso!", que considerando la corta distancia que los separaba debería haberlo podido oír perfectamente bien.  La criatura (que ahora se veía como una especie de ser de varias extremidades largas, transparente, como si estuviera hecho de algún fluido incoloro o del aire mismo) se acercó parsimoniosamente al carro que era el objetivo de Rheck y Kalén. Y así, de repente, desapareció, se fundió con éste. Pero los lobos no tuvieron siquiera tiempo para intercambiar miradas atónitas, ya que el ser salió inmediatamente, esta vez llevando consigo una poderosa fuente de energía, que era totalmente manifiesta.
   Los calirios tardaron un momento en advertir lo que ocurría en realidad. ¡El ser se estaba robando lo que ellos habían ido a robar! Inmediatamente interrumpieron el complicado conjuro que estaban realizando e intentaron perseguirlo. Solo que no estaban solos en esa tarea, los guardias del tesoro que hasta ese momento habían estado descansando, exentos de todo lo que ocurría en torno a eso que estaban ahí para proteger, descubrieron de pronto que no estaban ni tan solos ni tan seguros como creían. Soldados visibles y no visibles arremetieron contra algo que no veían, ni escuchaban (ya que el ser se movía de una forma impresionantemente silenciosa para la velocidad a la que corría) pero evidentemente sentían, el objeto que éste llevaba consigo parecía ir dejando una estela de energía en el aire. Esta vez, para variar, los dos guerreros lobos tenían una ventaja, porque al menos ellos veían al ser, no del todo claro, pero tenían una imagen de él.
   Siguieron al ser transparente seguidos de los otros soldados, por entremedio del bosque. Era una suerte que hubiera tantos soldados enemigos, pues en la confusión ninguno reparaba en el ruido de sus pasos. Mas a medida que el grupo se internaba en el bosque iban poco a poco perdiéndole el rastro a la huella de energía. Finalmente los únicos que quedaron fueron Kalén y Rheck persiguiendo a la criatura, que parecía no cansarse de correr. Evidentemente las largas extremidades que se le distinguían le eran muy útiles para desplazarse a grandes velocidades. De pronto, sin previo aviso, el ser se detuvo. Los dos lobos aprovecharon para alcanzarlo, y estaban por tirársele encima cuando éste bruscamente se dio vuelta. Por primera vez desde que había aparecido, pudieron distinguir sus ojos. Unos grandes y penetrantes ojos violetas los miraron fijamente, directo a los suyos. Eran unos ojos cautivantes, que transmitían una cierta sensación de infinito...
  Fue lo último que los guerreros vieron antes de ser derribados por el misterioso ser.


                                                ***


   Exuberantes tapices colgaban desde los altos techos cubriendo las paredes donde no había candelabros. Éstos últimos eran toda la iluminación del extenso pasillo, y era evidente que tenían algún hechizo para que la luz se propagara mejor. Gilf miró hacia arriba y se preguntó cuánto tardaría en llegar volando al techo de ese corredor. Aún para alguien como él era un techo demasiado alto. Miró los pies de el sirviente que caminaba delante suyo, guiándolo al lugar a donde se suponía que debía llegar. Hubiera preferido ir solo, pero corrían rumores respecto de los castillos de los gobernantes de los reinos del continente Drekar; sobre pasadizos, trampas y guardianes que protegían a los reyes de cualquier peligro. Se preguntó si el emperador de las siniestras tierras de Falá no tendría al legendario Cancerbero escondido en alguna parte del castillo. Sacudió la cabeza tratando de espantar esas ideas, no debía olvidar que el espía venía precisamente de esa región, y ahora debía mantenerse tranquilo para informarle a su rey lo ocurrido, y lo más seguro era que éste lo enviara al nefasto archipiélago. Solo cuando llegaron al final del interminable pasillo, el sirviente se retiró, dejando solo a Gilf frente a la ornamentada puerta de roble que separaba la oficia del rey del resto del mundo. Llamó a la puerta con un solo sonoro golpe del puño y la puerta se abrió. Dentro lo esperaba su majestad Retgh, sentado en un ampuloso sillón, detrás de un escritorio.