El arte siempre fue un espejo de la sociedad de su época y el pensamiento e ideales de sus contemporáneos. La idiosincrasia y los valores de una época modifican la manera de comprender el mundo y esto queda irremediablemente plasmado en el arte. La mirada del hombre sobre el mundo y su representación artística están fuertemente ligadas en la naturaleza humana. Aristóteles mencionaba en su ‘Poética’ el placer que produce en las personas el arte de imitar, dado que así se produce el mayor aprendizaje, y las mejores obras artísticas acaban siendo resultado de esta mimética. Por eso tiene sentido que cuando se produce un gran cambio socio-cultural, esta mímica de pronto cambie súbitamente, junto con la visión de las cosas.
   El primer gran cambio en esta representación esta dado por el paso de la Edad Media al Renacimiento, el traspaso de una cultura Teocentrista a una Antropocentrista, además de una nueva necesidad de explorar e investigar el mundo (antes aplacada por la iglesia y su línea de pensamiento que se alimentaba de la ignorancia del pueblo y lo influía a pensar al mundo como un lugar de pecado que debía atravesar puro para llegar a un paraíso no terrenal). En la Edad Media las figuras son planas y no están detalladas, el mundo está visto a través del cristal de la religión, las figuras son representativas de dios y las hazañas de los caballeros (igualmente católicos) en las cruzadas. En el Renacimiento en cambio, la mirada baja de los cielos a la tierra y se posa sobre los hombres,  y aunque dios sigue estando presente, ya no es el foco de la representación. El estudio del mundo y de la anatomía se refleja en el hiperrealismo de la figura humana, el estudio de las luces y las sombras con el claroscuro, y la técnica de la perspectiva, que sitúa la línea de visión del la imagen acorde a la del espectador del cuadro, lo vuelve partícipe gracias al concepto de cuadro-ventana y así continúa su mirada.
   El segundo corte en la representación se da a partir del siglo XIX, momento de grandes cambios en el mundo occidental. Europa sufre las dos revoluciones industriales que cambiarían el rumbo de la humanidad y darían comienzo a los tiempos modernos. Los avances en industrias, en comunicación y transporte, las mejoras en la salud (y por lo tanto en la calidad de vida) y el enfoque en la teorización filosófica y económica sin duda afectarían a la representación artística.
   El movimiento que sentó las bases para estos cambios en la representación fue el impresionismo. Los artistas impresionistas estaban de vuelta, la cultura había llegado a tal grado de conocimiento y perfección en su representación durante el Renacimiento, que lo único posible entonces era apropiarse de la imagen y deformarla a gusto, experimentar con ella. Se inicia un análisis del espacio concreto y de la percepción, se juega con los colores y las luces en un espacio dinámico y constantemente cambiante, donde las figuras contrastan con su entorno en el todo del cuadro, pero pierden la delimitación de sus contornos. Se intenta plasmar la luz,  la impresión visual de ésta, sin reparar en lo que la proyecta. Sus antecesores pintaban formas con identidad, los impresionistas, en cambio, el momento de luz, más allá de las formas que subyacían bajo éste.