¿Pero por qué ese sentimiento ahora? Tan ocupado con su trabajo, sus compras, su llegar temprano. Pero entonces un paso en falso, un color morado y paf. El vestido de ella. Tan prolijamente que había olvidado todos sus detalles, la manera en que se prendía la camisa desde arriba y cómo se le caía en la cara ese mechón que siempre se le escapaba de la colita. No la extrañaba, no. ¿Para qué extrañarla? ¿Para qué escuchar música, para qué ver amanecer desde la playa? 
No, lo que extrañaba era otra cosa. Lo que extrañaba era estar enamorado. 
¿Cómo iba a extrañarla a ella si no la había amado? Cuán fácil es para algunos decidir que están enamorados. "Hoy me voy a enamorar"; y es tan simple como elegir una muchachita linda en un bar, o en una librería, tal vez en una casa de discos, si todavía existe alguna. Elegir una muchachita que camine distraída, que pase los dedos por los lomos de los libros y acercarse murmurando su preferencia por tal o cual libro, cuánto más poético es Cortázar que Neruda, con lo cual ella coincidirá y sonreirá despacio (y sino no importa). Y de ahí en más es sólo darse la mano, comprar tazas que dicen "Te amo" y de verdad sentirlo (y sino no importa). 
Con qué imprudencia sueltan los "Te amo", sin parar dos segundos a fijarse si tienen más guardados, mirá si se les terminan. Cuán fácil es para algunos. 
Pero no, él no la ama. No la extraña, tampoco. No la extraña cuando suena esa canción de Sabina, no la extraña cuando pasa por ese-banco-de-la-plaza, tampoco la extraña cuando se acerca a la esquina de su casa, ni cuando mira el timbre 3ro ''B'', mucho menos cuando lo aprieta con la yema del dedo, frío el botón contra su piel caliente, y mucho menos la ama cuando la ve acercándose a lo lejos por el pasillo de madera.